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Crónica sobre "El Mejor de los Tiempos", obra canónica de Antonio Gude 

Con inmenso placer hemos recibido, gracias a la generosidad de Antonio Gude, su última producción. Se trata de "El mejor de los tiempos – Una historia del ajedrez en el siglo veinte", obra en dos tomos (1901-1960 el primero de ellos; 1961-2000 el siguiente) que apela, en detalle y con profundidad, al registro histórico al mirar lo ya sucedido en un tiempo que nos luce tan cercano y cuyos ecos se proyectan hasta nuestros días.
   El autor, y conociendo su trayectoria no nos sorprende, ahora emprende una necesaria recorrida, puntual y sistemática, que tiene como eje a los principales hitos ajedrecísticos ocurridos a lo largo del siglo XX. Al hacerla, abreva en las personalidades (en muchos casos recogiendo algunos relatos personales lo que le asigna un particular impacto humano a la narración) y en los episodios icónicos, esos que por siempre deberán ser especialmente recordados.
   Gude, con este trabajo, que es monumental en sus intenciones y logros, suma estos libros a la nómina de aquellos que son imprescindibles sobre el juego, como es el caso de (el detalle es lanzado solo a vuelo de pájaro) los de Alfonso X, Lucena, Luca Pacioli, Philidor, Harold Murray, Gari Kaspárov, entre unos pocos textos que llevaríamos a una isla desierta a la que fuéramos destinados en forma definitiva. Como somos algo insaciables, agregaríamos también en esa excursión personal el texto con las reflexiones filosóficas de Martínez Estrada, la investigación sobre la pieza de la reina de Yalom, el relato de Carroll con una Alicia atravesando el espejo y las novelas prototípicamente ajedrecísticas de Zweig y Nabókov, el libro conteniendo hermosas imágenes de sets de piezas de Wichmann & Wichmann y, desde luego, transcripciones de los versos sobre el milenario juego de la tradición china que presentan a dos viejos jugando al ajedrez al interior de los frutos de un mandarino, las cuartetas de Jayám y los definitivos sonetos de Borges.
   Comencemos por decir algo sobre el nombre de la obra. Creemos, por lo pronto, que al poder circunscribir el concepto utilizado («El mejor de los tiempos») adscribiéndolo al ajedrez, tiene algo de reparador sobre una centuria que no fue precisamente beatífica. Es que el siglo XX, como bien se apunta en epígrafe al inicio del primer tomo, puede ser descripto desde la prédica del argentino Enrique Santos Discépolo quien, en su tango Cambalache, lo proclamó como «problemático o febril».
   Y, si se nos permite el agregado de ahora, en vez de apelar a la rigidez del calendario, podríamos decantar por la idea del historiador británico Eric Hobsbawm quien lo definió como siglo corto, acotando su duración al periodo que va de 1914 a 1991, con extremos en el inicio de la Gran Guerra y en el colapso de la URSS un tiempo que, lejos de ser el mejor, fue caracterizado en sus oscuridades bélicas (incluida la modalidad «fría» y la posibilidad de exterminio nuclear), en las recurrentes crisis económicas y en la vigencia de los regímenes totalitarios, con sus extremos de fascismo, nazismo y estalinismo.
   Pero hizo muy bien Gude en reivindicar parte de lo mejor de ese tiempo, de aristas tan desagradables, habida cuenta de que el ajedrez (y también a ese siglo les debemos otras gratitudes, como la de los avances científicos y tecnológicos notables) siempre da espacio para la creatividad, el sosiego, la distracción y, por momentos, el consuelo.
   En el primer tomo, se comienza necesariamente (todo lo que empieza es legatario de algo que solo recientemente ha culminado) rescatando a algunas figuras exponentes del siglo precedente, en particular al padre del ajedrez moderno, el nacido en Praga y futuro ciudadano norteamericano Wilhelm Steinitz (1836-1900). También se habrá de mencionar al padre de la escuela rusa Mijaíl Chigorin (1850-1908) y a dos figuras malogradas muy tempranamente, el norteamericano Harry Nelson Pillsbury (1872-1906) y el bohemio Rudolf Charousek (1873-1900), quien tampoco, como Steinitz, pasó del umbral de siglo, todos con posibilidades ciertas de haberse convertido en campeones mundiales siguiendo la huella del nacido en el entonces Imperio Austro-Húngaro.
   A partir de esos instantes precursores e iniciales, todo es avance en el tiempo, en una enumeración que invita al registro y al disfrute, hasta llegar al último suspiro del siglo XX, lo que se concretará en el segundo tomo.
   El contenido de la obra integral abarca historias puntuales personales , mención de las posiciones de los principales torneos, pasando por imágenes de los ajedrecistas y la transcripción de partidas muy representativas. Pero, siendo obviamente el tronco central y el espíritu que prima, no todo es ajedrez. O mejor dicho, no todo es exclusivamente ajedrez. Las menciones al juego se ubican siempre dentro del plano más abarcativo de una realidad más amplia que lo limita, lo estimula, de la que necesariamente el ajedrez forma parte.
   Por supuesto que el contexto siempre cuenta. Y, con la sabiduría y la experiencia de Gude, este aspecto omnicomprensivo del estado de cosas no podía estar ausente. Va una muestra de ese enfoque holístico, con estas palabras que corresponden al marco descriptivo del match por el título del mundo entre José Raúl Capablanca y Aleksandr Alejin disputado en 1927 en Buenos Aires:

   «En enero de 1925 Mussolini prohíbe, en Italia, todos los partidos políticos, salvo el Partido Nacional Fascista. Se publican Mein Kampf, de Adolf Hitler, y Manhattan Transfer de John dos Passos (…) El 21 de mayo de 1927 Charles Lindbergh realiza el primer vuelo transoceánico entre Nueva York y París. Ese año se estrena Metrópolis, de Fritz Lang y la primera película sonora: El cantor de jazz, con Al Johnson. Ser y tiempo, del profesor Martin Heidegger, y El lobo estepario, de Herman Hesse, llegan a las librerías».

   Está claro que, desde el ajedrez, y con el ajedrez, se pueden (y deben) explorar otras dimensiones. Solo basta que el autor se lo proponga. Y que tenga el talento y la sensibilidad para hacerlo. Gude, una vez más, lo hizo. El índice de ambas entregas es bien representativo de los ejes temáticos abordados:

PRIMER TOMO
Lasker en los cielos
Capablanca entra en escena
La gran ilusión: Europa se quiebra (el fenómeno ruso y el contexto de la Gran Guerra)
Capablanca rey del mundo
Los locos años veinte y el hipermodernismo
La popularidad del ajedrez en la URSS
Las primeras Olimpíadas
El drama de Buenos Aires (alude al match de 1927 entre Capablanca y Alejin)
Las nuevas estrellas (entre ellas Botvínnik y Flohr)
Ha estallado la paz (incluye comentarios sobre los últimos días del campeón del mundo Alejin)
Botvínnik, campeón del mundo
El hombre que pudo ser rey (mención de Bronstein y referencia a otras figuras: Boleslavsky; Kótov; Reshevsky y Najdorf)
La Unión Soviética debuta en las Olimpíadas
Smyslov y la era Botvínnik
Tal, el terrorista del tablero

SEGUNDO TOMO
Un tal Bobby Fischer
Petrosián: la estrategia de la araña
La década prodigiosa (se refiere a la generación de los sesenta)
El niño mimado del ajedrez soviético (Boris Spaski)
El terrible Víktor (obviamente Korchnói)
Cuatro grandes figuras (Géler, Larsen, Stein, Polugayevski)
El match del siglo (el de 1972 entre Spaski y Fischer con el antecedente del URSS vs. Resto del Mundo)
La perla rara de los Urales (Kárpov)
Generación de los setenta (incluye la segunda Olimpíada de Buenos Aires, la única que no ganó la URSS)
El hijo del cambio (Kaspárov)
Carrusel de acontecimientos (la generación de los ochenta)
El campeonato mundial femenino
El último match (con las siguientes perlas: Judit Polgár; la revancha Fischer vs. Spaski veinte años después; la aparición de la escuela china)
Anand y los nuevos fenómenos (Ivanchuk, Gelfand, Kamsky, Short, Morozevich)
Mundiales fin de siglo (Kaspárov v s. Short; Kárpov vs. Timman, entre otros)
Krámnik destrona a Kaspárov

   Como se aprecia, una nómina tan prodigiosa como pertinente. Por supuesto que, cuanto más se recorre la lectura, se alimenta exponencialmente la avidez ante la posibilidad y búsqueda de profundización. Por cierto, ese es el caso especial, entre otros, de las trayectorias de dos excampeones mundiales sin corona, Akiba Rubinstein y Paul Keres, y de algunos acontecimientos puntuales como las prodigiosas simultáneas a ciegas (en particular las de un Miguel Najdorf que quiso llamar la atención europea de su existencia definitiva en tierras pacíficas sudamericanas), la recorrida en busca de la libertad de una Sonja Graf, el tardío debut de las pruebas olímpicas de mujeres, los matchs de Kaspárov contra las supercomputadoras de fines de la centuria.
   En cualquier caso, el recorte histórico de los acontecimientos del siglo XX y el énfasis dado por Gude luce proverbial e invita, como toda obra de calidad, a que las exploraciones se sumen, continúen y complementen en el futuro. Los mejores maestros son los que abren puertas, no los que consolidan herméticamente un supuesto cúmulo de conocimientos dado y estático que termina convirtiéndose en anquilosado.
   Estos libros de Gude, entonces, concebidos para rememorar la historia, abren la puerta del futuro, a nuevas investigaciones, a nuevas exploraciones. Mas, como le sucedió a Murray con su texto icónico sobre la historia del ajedrez, será el punto de referencia obligado cuando se procure comprender qué sucedió con el ajedrez en el siglo XX. A este texto habrá siempre que volver. Lo que eventualmente adicionalmente se sume, será la construcción de un alero de un edificio que ya quedó sólidamente construido.
   Desde la perspectiva de la lectura, la obra admite al menos dos posibilidades. Enfatizar en lo más estrictamente ajedrecístico, con lo que los libros operarán de fuente permanente de consulta a los que se regresará cada vez que se quiera revisar un dato o pensar en lo sucedido en determinado periodo.
   Pero, además, y más ambiciosamente, se lo puede encarar en tanto deleite y desafío, con una lectura secuencial de una narrativa que nos invita a revivir y reflexionar sobre un tiempo, y no precisa y exclusivamente en lo que al ajedrez se refiere. Es que se establece una cadena de eslabones de acontecimientos que, en definitiva, apunta a lo sucedido en el siglo XX, un tiempo que es parte de nuestra vida, el que se proyecta al presente, el que nos ha marcado a fuego, en un viaje que tiene como eje la evolución reciente del ajedrez.
   Al cabo de todo, podríamos reapropiarnos del título dado al trabajo, El mejor de los Tiempos, pensando que no solo con esa expresión se define su contenido sino que, en forma anticipatoria, también prenuncia la evocación de cada instante en que se habrá de acometer su lectura. El mejor del los tiempos alude, por definición, al siglo XX en que se dieron los hechos. El mejor de los tiempos, en un auténtico puente intertemporal, y así lo pensamos y proponemos, será también la caracterización del preciso momento en que abramos sus páginas para recorrer tan magna obra. Ya lo estamos comprobando…
   En ese estado de cosas: ¡qué mejor, para los apasionados del juego, que sustraerse de esa realidad que tan aguda y acuciantemente describió Hobsbawm al mentar el siglo XX como una centuria corta de tantos desatinos, leyendo a un Gude que nos recorta el siglo, ya no en el tiempo de su duración (como hiciera el historiador británico), sino al delimitar su abordaje a una temática que nos resulta tan familiar como preciosa.
   Para terminar esta crónica, volvamos al punto inicial. El de nuestro agradecimiento por la generosidad del autor al habernos honrado enviándonos este trabajo que, sin dudas, prenuncia uno próximo. Nos preguntamos si se referirá al siglo XIX o se centrará, tal vez, en el primer tramo (¿el primer cuarto?) de este no menos convulsionado siglo XXI.
   Pero esa generosidad de Antonio, más allá de lo que nos toca disfrutar en lo personal, solo trasunta otra de mayor alcance, dimensión y trascendencia: la de alguien que sabe, a partir de sus escritos, compartir con todos sus lectores el resultado de sus investigaciones, análisis y recopilación de hitos ajedrecísticos y de su interrelación con el contexto. La proverbial sabiduría de Gude al servicio del ajedrez. Una vez más.
   Ya lo sugerimos antes: El mejor de los tiempos pasa, definitivamente, a integrar esa selecta biblioteca personal que, o llevaríamos a una isla desierta (en planteo de escasa originalidad) o bien, más probablemente, integrará nuestro bagaje intelectual postrero cuando emprendamos el viaje escatológico definitivo.
   En ese momento, y confiamos en que ello será posible, llevaremos en la mente y en el corazón solo las pertenencias más valiosas. Estos libros de Gude, referidos a una actividad que tanto nos apasiona, sin dudas, serán parte de ese definitivo equipaje.
   Para terminar, digamos que el autor de este magnífico texto, al escribir el prólogo recuerda el proverbio laosiano «hoy tejemos y mañana tejeremos», para culminarlo muy apropiadamente diciendo «hoy jugamos al ajedrez y mañana jugaremos al ajedrez». Permítasenos agregar, siguiendo esa línea, otra posibilidad/necesidad: «Hoy leemos El mejor de los tiempos y mañana leeremos El mejor de los tiempos«. Así será.

Antonio Gude

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